Con mi chico de aquellos años fuimos a ver una oficina en alquiler por el microcentro de Buenos Aires. Era un espacio enorme y la idea era convertirla en nuestra vivienda. Pagamos (poco) y nos mudamos al instante. Colchón en el piso, sillas abandonadas de otra época y baño sin bidet. Era un piso 6 y los ventanales daban al oeste por la calle Reconquista, los atardeceres eran naranja y calurosos y las noches una película de miedo. Durante el día iba y venía gente que trabajaba en otros pisos, pero por la noche estabamos solos en todo el edificio. Una noche habíamos tomado mucho y estábamos muy paranoicos. Escuchamos ruidos y de alguna manera imaginamos que había personas tratando de entrar al edificio por la fuerza, corrimos escaleras arriba, hasta la sala de máquinas del viejo ascensor. Ahí nos escondimos hasta que al mediodía siguiente unos oficinistas, que iban a fumar a la terraza, nos descubrieron. Gritamos del susto y ellos también gritaron y todos nos asustamos y gritamos. No duramos mucho viviendo en la oficina.